“La conservación del medio ambiente, la promoción del desarrollo sostenible y la atención particular al cambio climático son cuestiones que preocupan mucho a toda la familia humana”, afirmaba el Papa en 2007 recordando que “ninguna nación o sector comercial puede ignorar las implicaciones éticas presentes en todo desarrollo económico y social”.
En este sentido desde el Celam constatan que el problema del calentamiento global y el cambio climático es una realidad presente y permanente que afecta local y globalmente. Todos los estudios existentes confirman que el calentamiento actual del planeta en alrededor de poco más de 1 grado centígrado y los cambios climáticos regionales ya observados, que afectan la calidad de vida de los pueblos, tienen su origen en el incremento del dióxido de carbono y otros gases de la atmósfera (gases de efecto invernadero, GEI) debido a la actividad humana desde al menos los últimos 50 años. La responsabilidad de estos aumentos corresponde principalmente al consumo de energía, entre ellas la eléctrica, y al desmonte masivo y quema de bosques y selvas. En este sentido señalan que el problema del calentamiento global se presenta como un síntoma de la crisis de un paradigma o modelo socioeconómico basado en la maximización de la ganancia y el consumo exacerbado de bienes renovables y no renovables.
El Santo Padre se ha detenido en especial a analizar el problema del medio ambiente en su última encíclica de marcado carácter social. Sobre el derecho a la alimentación y al agua, Benedicto XVI pone en evidencia, que estos elementos “tienen un papel importante para conseguir otros derechos, comenzando ante todo por el derecho primario a la vida. Por tanto, es necesario que madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones”.
La Iglesia en este sentido, “tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público”, como evidencia el Papa en su “Caritas in veritate”, poniendo de relieve que al hacerlo, “no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire, como dones de la creación que pertenecen a todos, sino que debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo”. Estos desafíos precisamente son los que evidencia en Celam. “Como discípulos de Jesús –se puede leer en el documento final de Aparecida- nos sentimos invitados a dar gracias por el don de la creación, reflejo de la sabiduría y belleza del Logos creador. En el designio maravilloso de Dios, el hombre y la mujer están llamados a vivir en comunión con Él, en comunión entre ellos y con toda la creación”. La creación ha sido siempre mediación para la experiencia de Dios, en la que debemos rastrear las huellas de su presencia. Por esta razón es necesario recuperar la mirada creyente de gratuidad y belleza sobre ella, que nos permita crecer en la austeridad y simplicidad de vida. Así, las generaciones futuras también podrán acceder a la contemplación de Dios que se manifiesta en sus criaturas.