martes, 6 de noviembre de 2007

La alianza entre el hombre y la creación (continuación)

El pecado destruyó la armonía interna del hombre
Adán, con su ambición desmedida de querer ser igual a Dios –“seréis como Dios, conociendo el bien y el mal” (Gn 3, 5), dice el tentador a Eva- rompen ese orden inicial, según nos enseña el Catecismo:
“La armonía en la que estaban, establecida gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio de las facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra; […] La armonía con la creación se rompe: la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil. A causa del hombre, la creación es sometida “a la servidumbre de la corrupción” (CIC, 400).
Es de notar que hasta la propia creación material sufrió las consecuencias del pecado, de acuerdo con la enseñanza de San Pablo: “Sabemos , en efecto, que la creación entera está gimiendo con dolores de parto hasta el presente. Pero no sólo ella; también nosotros, los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior suspirando porque Dios nos haga sus hijos y libere nuestro cuerpo. (Rom 8, 22-23).

El ejemplo del diluvio universal
Una vez rota la armonía de la creación por el pecado, se encuentra la explicación del rumbo tomado por la humanidad: oponiéndose a Dios y rompiendo el orden interior del alma, la conducta del hombre afecta también a los seres irracionales, creados para servirlo. A lo largo de la historia, hay momentos en que las consecuencias de esa ruptura se vuelven más agudas, por ejemplo, en el episodio del diluvio del universal.
Sirviéndose de un lenguaje antropomórfico, el autor sagrado deja traslucir cómo las consecuencias del desorden moral afectan hasta a la propia naturaleza:
“Al ver el Señor que crecía en la tierra la maldad del hombre y que todos sus proyectos tendían siempre al mal, se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra. Y, profundamente afligido, dijo: “Borraré de la superficie de la tierra a los hombres, a los animales, reptiles y aves del cielo, pues me arrepiento de haberlos creado”. (Gn 6, 5-7).
El autor sagrado hacer una relación misteriosa entre el orden de la naturaleza y el orden moral. La ruptura de uno se refleja en el otro: “la maldad de los hombres era grande, […] exterminaré de la superficie de la tierra al hombre que crié, y con él a los animales, los reptiles y las aves de los cielos.
Una vez que el pecado es del hombre, ¿por qué incluir también a los animales?
El texto sagrado nos muestra que los desórdenes morales de la humanidad acaban afectando al buen orden de la propia naturaleza y amenazando su integridad, pues el hombre y el universo forman un conjunto armónico, que refleja la belleza de su totalidad, como en un mosaico, las infinitas perfecciones de Dios. Cualquier fallo, en alguna de las partes, desfigura y perjudica al todo.

El mal uso de los recursos naturales acarrea consecuencias nefastas
En realidad, en la gran mayoría de las situaciones de desorden moral, no actúa Dios directamente, sin embargo son las propias consecuencias del pecado, practicado por el hombre, en el uso de su libre arbitrio, que se vuelven contra él y le alcanzan, así como la naturaleza. ¿No son las guerras, con sus efectos devastadores, un ejemplo de eso? En el mismo sentido, también el uso desconsiderado de los recursos de la naturaleza –lo que constituye un desorden moral- de lo que tanto se habla hoy, acaba teniendo consecuencias nefastas para la humanidad.
El Papa Benedicto XVI ha llamado la atención, recientemente, en defensa de la naturaleza, como por ejemplo, en el Ágora de los jóvenes italianos, en Loreto:
“Uno de los campos en que parece urgente actuar es, sin duda, el de la salvaguardia de la creación. A las nuevas generaciones se ha confiado el porvenir del planeta, en que son evidentes las señales de un desarrollo que ni siempre sabe tutelar los equilibrios de la naturaleza”.
Antes de que sea demasiado tarde, es preciso tomar decisiones valientes, que sepan crear de nuevo una fuerte alianza entre el hombre y la tierra.
Sean necesarios un sí decisivo a la tutela de la creación y un compromiso vigoroso teniendo en vista invertir las tendencias que corren el riesgo de llevarnos a situaciones de degradación irreversible.
Por eso, aprecié la iniciativa de la Iglesia italiana, de promover la sensibilización sobre problemáticas de la salvaguardia de la creación, proclamando un Día Nacional que se celebra precisamente el día 1 de septiembre. En este año se presta atención sobre todo en el agua, un bien extremadamente precioso que, sino fuera compartido de manera equitativa y pacífica, infelizmente va a ser el motivo de duras tensiones y ásperos conflictos” (Homilía de 2/09/2007). Pero la restauración de esa “alianza entre el hombre y la tierra”, de que habla tan oportunamente el Papa, sólo será posible a través del restablecimiento de la alianza con Dios.



Respeto religioso por la integridad de la Creación
En efecto, enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que “el séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación. Los animales, como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura. El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales. El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de vida del prójimo, incluyendo la de las generaciones venideras; exige un respeto religioso de la integridad de la creación” (CIC, 2415).
Las consecuencias de la no observancia de las leyes morales en relación a la creación son ya sentidas en alguna medida por toda la humanidad, que carga sobre sí todo el peso de siglos de revolución industrial, de progreso tecnológico y de consumismo desenfrenado.

El Magisterio de la Iglesia
La Iglesia, siempre atenta a los problemas de su tiempo, ha hecho oír con frecuencia su voz, alertando sobre la crisis que va creciendo en las relaciones entre el hombre y el ambiente, consecuencia de la crisis entre el hombre y el Creador.
El compendio de la Doctrina Social de la Iglesia apunta algunos aspectos de la cuestión:
“El mensaje bíblico y el magisterio eclesial constituyen los puntos de referencia-parámetro para aliviar los problemas que se interponen en las relaciones entre el hombre y el ambiente. En el origen de tales problemas se puede identificar la pretensión de ejercitar un dominio incondicional sobre las cosas por parte del hombre, un hombre que no está atento a las consideraciones de orden moral que deben caracterizar cada actividad humana.
La tendencia para la ‘explotación desconsiderada’ de los recursos de la creación es el resultado de un largo proceso histórico y cultural: “La época moderna registró una capacidad creciente de intervención transformadora por parte del hombre. El aspecto de conquista y de explotación de los recursos se volvió predominante e invasivo, y hoy llega a amenazar la propia capacidad acogedora del ambiente: el ambiente como ‘recurso’ corre el peligro de amenazar el ambiente como ‘casa’. Por causa de los poderosos medios de transformación, ofrecidos por la civilización tecnológica, parece, a veces, que el equilibrio hombre-ambiente haya alcanzado un punto crítico” (n. 461).

¿Nostalgia de la integración con la naturaleza?
El habitante de las sociedades industrializadas siente vivamente esa falta de equilibrio, que se manifiesta tantas veces en las agresiones de la naturaleza, como también en la enfermedad del hombre moderno, en el estrés y en el vacío espiritual. Y la humanidad, que por la técnica juzgó poder subyugar el universo, mira ahora con cierta nostalgia para atrás, ansiosa por cambiar una vida excesivamente mecanizada y artificial por una existencia en que sea restablecida la armonía con la naturaleza.
¿No influirá en esa nostalgia, también, el deseo de restaurar, de alguna forma, la convivencia perdida con el Señor Dios que “paseaba por el paraíso al fresco de la tarde, después del medio día”? (Gn 3, 8).
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